(David Cahill - Vanitas)

Este jueves pasado me diagnosticaron “Fiebre de origen desconocido”. Había pasado el umbral de más de 21 días con décimas de fiebre, así de seguido. Que yo me he encontrado… okeish. Bastante cansado, pero poco más.

Conforme van pasando los días, ves la actitud de los médicos ir cambiando, lógicamente, y vas entrando en la realidad de tu situación. Al principio, todo es “sin más”, rutina. Y tú un poco igual: que qué coñazo todo, con la de cosas que tienes que hacer. Esto me pilla en una etapa vital “en efervescencia”, me interesa muchísimo a lo que me dedico y casi todo lo que no sea eso, me produce impaciencia y me parece una inconveniencia.

El caso es que notas que vas ganando prioridad ante tu médico conforme pasan los días. De pronto descubres que esto de tener décimas sin causa aparente, pues puede significar very serious issues. Llegó el lunes y al médico le cambió la cara. Parece que mis síntomas podían ser compatibles con una movida, endocarditis infecciosa, que es bastante jodida. Sin tratamiento es siempre letal, y con tratamiento, que puede implicar cirugía en el 60% de los casos, tiene una supervivencia del 75% a los 5 años (y el 10%… además, puede repetir). Me cuela para esa misma tarde en el cardiólogo para un ecocardiograma.

Todo esto además, me pilla “solo”: mi familia y amigos más cercanos no viven donde yo vivo ahora, y mi novio justo se había ido a visitar a unos amigos esta semana y no me parecía plan que volviera para verme en esta tesitura.

Lo que me flipó fue lo que pensé en dos momentos: en el intervalo de tiempo entre esa mañana y la tarde en el cardiólogo, y cuando justo estaba en la camilla.

Hasta el cardiólogo, lo que me pareció más inteligente fue volverme al trabajo. Primero porque si me daba un jari, quería estar acompañado. Y segundo, porque tenía clarísimo que se me iba a pirar el quico si estaba solo y pensando en esto. Recuerdo que la primera sorpresa en realidad es un cliché, y es lo absolutamente poco relevante que te parece cualquier problema que tienes en el trabajo en ese momento, por mucha efervescencia que tuviera yo. Lo que sí me pareció sorprendente es que lo viví como una sensación muy agradable: me sentía ocupado y no preocupado por esos problemas. Con distancia.

Luego no pude evitar enfadarme muchísimo con la fragilidad humana. Yo, que no me drogo, no fumo, ni bebo alcohol prácticamente, hago bastante deporte, como sano… ¿me puedo morir así, del tirón? Mi hermano siempre me dice que nosotros dos estamos “mal hechos”.

También hubo espacio para otro sentimiento que no hubiera esperado nunca, paz. Estaba cagado de miedo, eso sí, sobre todo por cuánto iba a sufrir, cómo de rápido iba a ser… Era lo que más miedo me daba. Pero esto de no tener prácticamente ningún arrepentimiento grande… wow. A mi el día a día me come muchísimo, y me fuerzo a auto chequeos frecuentes porque me aterra levantar la cabeza un día y ver que he estado haciendo el canelo. Y sin embargo, pensé que me lo había pasado bien, que había hecho hasta aquí lo que me apetecía, sin grandes aspavientos. Joder, es que no tenía ni idea de que yo pensaba esto de mi propia vida. Solo se me vino a la cabeza Jordi Évole con Pau Donés y su “me viene mal morirme ahora”, pero ya está. De hecho, otro momento que ahora veo con sorpresa fue estar en la sala de espera del cardiólogo, leyendo con mucho interés, casi con placer sencillo. Que lo mismo no había asimilado nada todavía, también puede ser.

Pero lo que ya fue un poco la sorpresa final, fue en el momento de estar en la camilla, en mitad de la eco, con el cardiólogo genuinamente preocupado y escuchando frases tipo “esperemos que no sea esto”… Él luego, cuando ya afortunadamente vio que todo estaba bien, y me volvió a repetir que “menos mal que no era esto”, me preguntó si había estado muy asustado y me confesó que había vivido ya alguna que otra situación con algún paciente y el mítico “se me está pasando la vida ante mis ojos”. Bueno, pues lo peor es que en ese momento ya “de la verdad”… lo único que se me ocurrió pensar es “joder, me voy a ir al otro barrio sin haberme comprado el iPhone. Lo mismo salgo de aquí y me lo cojo del tirón”. No he terminado de interpretar todavía este pensamiento tan de mierda para la situación que estaba viviendo. Quiero pensar que tiene que ver con la paz… pero vete tú a saber.

El caso es que afortunadamente, los últimos análisis han salido bien limpitos y la fiebre ha ido desapareciendo. Como diría Enjuto Mojamuto, “así como vino, se fue”. El epílogo de todo esto es que enseguida se ha quedado en el fondo de mi conciencia y ya estoy otra vez, con este cerebro reptiliano que tenemos, preocupado a tope por estos problemas que me parecían nimiedades hace dos días.

Y de ahí escribir este texto. Memento mori. ¿Cómprate un iPhone?